He tenido más temor a la estigmatización que al propio virus. Porque eso que muchos decían de que esta pandemia nos haría mejores, yo al menos no lo he percibido así. Cuando alguien era positivo, se le señalaba. Por supuesto, se le aislaba. Y evidentemente, todo el mundo se preguntaba si había sido un buen ciudadano o no. Se le juzgaba.

Durante estos dos años se buscaban culpables. Si no eran los niños, eran los adolescentes. Y si no, los que iban de viaje o salían a cenar. Pero siempre había alguien a quien convenía echarle la culpa. ¿Cuándo a alguien se le echó en cara enfermar de gripe?

Si algo le tengo que agradecer a #Omicron es que ha normalizado los contagios. Millones de personas infectadas a la vez y no parece que todos esos millones se hayan metido juntos en las discotecas o en colegios. Ahora ya no pueden decir que es cosa de los niños. Ni de los jóvenes. Ni de salir a cenar o quedar con tus amigas. Todo eso servía para separarnos. Pero hace tiempo que todos estamos en el mismo barco. Porque el virus ha entrado en tu casa o en la de tu mejor amigo, o en la de tus padres o hermanos o en la de tu compañero de trabajo. Sin haber hecho grandes planes. Solo por no haberte encerrado. Lo lógico, creo.

En mi familia entró el virus esta semana, mi hermano estuvo unos días enfermo (pero ya recuperado!). No me he preguntado quién contagió a quién. Lo fácil sería señalar al positivo anterior. Es otra cosa que a la gente le encanta. En un momento en que millones de personas tienen el virus sin saberlo, ¿cuál es el sentido de la pregunta?, ¿y si contagió mi madre a mi hermano sin tener síntomas?

Sobre nosotros. Hemos estado bien. Solo un positivo. Quizás los otros lo fuimos antes sin saberlo. Quizás nuestro sistema inmune funcionó estupendamente. Quizás mi hermano tenía poca carga viral. No lo sé, no me importa, cualquiera de las opciones me parece estupenda. Porque todo lo que hubo en esta casa fue un dolor de cabeza unas horas. Y hasta ahí».